miércoles, 11 de marzo de 2009

Cadiz-Jerez: La Unión hace la fuerza. Andrés Peña y Pilar Ogalla juntos.


(LAVOZDIGITAL.ES)
La unión hace la fuerza
Andrés Peña y Pilar Ogalla han unido con gusto dos de las cunas del arte flamenco El cante brilló con luz propia en el Villamarta

La eterna rivalidad Cádiz-Jerez no pasa de moda. Es un pique trimilenario, o incluso anterior. Si en el terreno deportivo los colores blanquiazules rivalizan con el amarillo, en el flamenco ha pasado tres cuartos de lo mismo. Pero eso sí, con una gran diferencia: la rivalidad en forma de cante, baile y toque, no traspasa las fronteras hostiles que nos encontramos en otras facetas que chocan entre estas dos ciudades.El flamenco es grande, y estamos hablando de dos cunas, que alimentaron a su manera a sus hijos y cada una de estas poblaciones ha dado por lo tanto hijos diferentes. La Bahía, el salitre creó las alegrías, cantiñas, tanguillos, bulerías gaditanas, y todo ese abanico estilístico que incluye los cantes de ida y vuelta, cantes que en algunos casos salieron en barco, y cuando regresaron se rompieron en cantes con matices flamencos, que hoy por hoy, se entiende que lo son.La contra es el vino, la fragua, la tierra, la campiña, el caballo, aromas bodegueros, gañanías y vidas aferradas al campo en toda su extensión. La tentación de inclinar la balanza hacia uno u otro, es grande. Y hay que hacerlo, ¿ de qué manera? Buscando el equilibrio, difícil, pero se ha conseguido.El enfrentamiento aparece desde el mismo momento que suena la música. Un maestro de ceremonias, Bernardo Parrilla, que con su violín visita pueblos y ciudades, se encuentra con la tierra y el mar. Aunque no es el violinista de Hamelín, el sentido sigue este camino. Sin embargo, el músico abre las puertas del cante. La pelota está en el campo del flamenco gaditano, en las voces de David Palomar y May Fernández. con tanguillos. Jerez roba y es su momento de jugar en su campo, y para ello que mejor que la bulería. El violín se deja atrapar por el eco caracolero a modo de zambra, mientras Macandé vende sus caramelos recitando su pregón. La gañanía pide su sitio y de este modo Jesús Méndez se enzarza con una trilla. Este argumento se repite una y otra vez, en este caso recordando a los malagueñeros más importantes que han dado Cádiz y Jerez. May se acuerda del Mellizo mientras David Lagos lo hace de Chacón. Las siluetas negras sobre fondo rojizo ya nos dan un avance de lo que nos esperaba por ver. El escenario está dividido. Cádiz, con su barquita, su mar; Jerez con su color rojizo del vino.Con una vidalita-milonga, ese separatismo desaparece. Y el eslavón que consigue esta unión es el baile. De un lado Andrés Peña, y del otro, Pilar Ogalla. Se desata la pasión y se une el flamenco. Un cuerpo de baile da respiro a los protagonistas con tientos-tangos. Se notó que había química entre ellos. La parte del baile, en la figura de la gaditana Ogalla, tomó tintes de alegrías y cantiñas con el recuerdo de las mirris. Pilar ha crecido enormemente en su baile. Su contoneo es francamente bueno, se desliza mientras la música suena. Recorre el escenario sin moverse. Dinámica y provocadora, su baile invita a la mar a mover sus olas. Y de nuevo el cante. Un cuadrilátero, y de un lado los cantes de la Serneta; de otro, el cante gaditano por excelencia. Y el baile enérgico y fugaz de Peña. Es una explosión de rabia, un rugir de pies, que cautiva. Posee un registro temperamental verdaderamente envidiable. La unión vuelve a la escena con seguiriyas. Y al que no le guste que no me mire, debieron pensar sus creadores cuando se les ocurrió crear Cádiz de la Frontera. Una mezcla donde la juventud de sus participantes ha sido ejemplar. Tanto el toque de Keko Baldomero como el de Javier Patino, han ido de la mano. Del cante mejor no hablar porque se acabarían los renglones que me quedan: la juventud cantaora viene pegando fuerte y buscando un lugar de prestigio que con creces merecen. El fin de fiesta fue un sentido homenaje por bulerías, con intros de tanguillos no sólo a estas dos cunas de tanto arte, sino a algunos de sus más grandes intérpretes: Perla de Cádiz, Paquera o Lola Flores.Lo que una el flamenco que no lo separe nadie. Algún cura aficionado debería estivar estas palabras en algunos templos sagrados.La anécdota fue a parar al pantalón de uno de los bailaores que se rebeló y quiso hacer de las suyas, rompiéndose la cremallera. Y su dueño le dio un desplante de «Ole», por bulerías.

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