martes, 30 de junio de 2009

Los "Hijos" de Mario bailan su muerte.


(ideal.es)

Trece herederos del maestro Mario Maya se suben a las tablas del

Generalife para revivir el arte flamenco de un coreógrafo que hizo No todos los bailaores de la talla de Mario Maya (Córdoba, 1937- Sevilla, 2008) dejan tras su muerte tantos huérfanos en el mundo del flamenco. Las exequias artísticas por el maestro no han parado de celebrarse por los jóvenes herederos de su baile –con su hija Belén Maya a la cabeza–, que han hecho piña bajo el nombre de ese genio, sacromontano de adopción, desde que hace ocho meses desapareciera del mundo como ‘generador’ de movimiento flamenco contenido, pulcro y emocionante a la par, que le valió el Premio Nacional de Danza en 1992, entre otros muchos galardones.
Tras rendirle honores en escenarios de Jerez y Sevilla, anoche trece bailaores, entre los que destacaron Rafaela Carrasco, Manuel Liñán y Juan Andrés Maya, irrumpieron con la fuerza del rayo en las tablas del Festival de Música y Danza, en el Generalife, para interpretar algunas de las coreografías más conocidas y celebradas de Mario Maya, bajo la atinada dirección escénica de Miguel Serrano.
Con ‘Naranja y oliva’ arrancó una noche de menos a más que, como refiere esa canción que sonó enlatada en la voz de Diego Carrasco, estuvo presidida por una poderosa estética basada en los cipreses alhambreños, que se encendieron como candelas al fondo del escenario cuando la ocasión lo requirió.
Rafaela Carrasco, vestida con una falda de azahar, se marcó el primero de sus divinos solos en una velada que también asistió al derroche de poderío de esta mujer en ‘Abandolao’, donde conquistó el ánimo del público con sus tacones blancos y un cuerpo negro, que quebró con movimientos inspirados hasta en el claqué, escoltada por dos cantaores y dos bailaores bajo una intensa luz cenital dirigida, sin duda, hacia las gargantas del respetable, que se animó a vitorear a la artista sevillana.
En ‘Cantes de Trilla y Martinete’, Juan Andrés Maya, más corpulento que su difunto tío pero igual de poderoso y ágil que él, rescató el baile masculino y sinuoso propio de Mario Maya, que concibió en 1976 el difícil y duro montaje ‘Camelamos naquerar’ para dar voz a los gitanos. El baile seco, el ruido de los caballos y el cuerpo humano como instrumento musical invadieron las tablas ante el silencio del público, que instantes después se alegró con ‘Cinco Toreros’, una coreografía en la que cinco bailaores derrochan gracia y flamencura ante la mirada de tres gitanas que repiquetean sus dedos en una mesa bajo un cartel taurino encabezado por Antonio Ordóñez y Jaime Ostos. Toros, de Bohórquez.
Sentado
Ese cartel fue uno de los pocos adornos de la cita, cuya esencia fue un Mario Maya poderoso, ese que bailó en la Sevilla de 1982 sentado en una silla de anea, para luego ganar el Giraldillo de Baile. Ese duende también apareció por la Alhambra, fresca y despejada, en el número ‘3 Sillas’, antesala de ‘Alegrías’, una estampa que incluyó el cante de atrás de Antonio Campos y Jesús Corbacho, las guitarras de Ángel Cortés y Juan Requena, y la frescura flamenca y el brío del cuerpo de Liñán, que correteó por las tablas con soltura antes de que fueran tintadas de sangre por el ‘Romance del Amargo’, a cargo de Juan Andrés Maya, que bordó a Lorca como ya lo hiciera en su día el ‘pater familias’ de esta saga: el gran Mario Maya.
La música del espectáculo, dirigido por su hija Belén, varias veces sonó en off, pero en la mayoría de ocasiones se oyeron en vivo las voces de Antonio Campos, Manuel de Paula, Alfredo Tejada y Jesús Corbacho puestas al servicio de un cuerpo de baile bien coreografiado. Cuando caía la medianoche, llegó el exquisito y delicioso bocado de arte del ‘Dúo del amargo’, en el que Diego Llori y Juan Andrés Maya interpretan un sobrecogedor baile a dos que retrata el mejor flamenco de los últimos tiempos. Como despedida, un fin de fiesta coral en memoria de un maestro que no ha desaparecido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario